Night es una genialidad, ni David Lynch junto a Tim Burton lo hubiesen hecho mejor. (Paseando a Miss Cultura)
Teatro, literatura e historia; belleza, elegancia y sentimientos; música, poesía y danza. Eso es este espectáculo. Ni más ni menos. (Alberto Morate. Blog entradas.com)
Un espectáculo innovador y creativo que no hay que perderse por su temática reivindicativa y por su aspecto visualmente brillante. (Coloralia.com Carmen Pineda)
El espectador, además, viajará en el subconsciente de la Lectora sin perder de vista las referencias de lo real. (El Mundo)
Es un espectáculo muy original con momentos hipnóticos y bellísimos. (Rosa Montero)
Sin duda un grandioso homenaje al abismo que supone la mujer en sí misma y a su imaginación que de igual forma son su libertad y maldición. (Manuel Reyes)
Hay espectáculos que te divierten otros que te entretienen, otros que te instruyen, otros que hacen que te preguntes por qué fuiste a verlos... y otros que te recuerdan la gran capacidad que tienen algunas personas para transportarte a otras épocas soñadas, a lugares mágicos y emociones escondidas en el alma. ... Una hora y media de continua belleza en todos los sentidos. (Marta Jiménez)
La literatura y la danza se entremezclan para rendir homenaje al despertar político y social de la mujer. (Danza.es)
El espectador se asomará a la cotidianidad de las mujeres de la época victoriana, paseará por las proyecciones que la literatura despierta en la imaginación de estas y viajará hasta el mundo de lo onírico. (Jot Down. El PAÍS. Loreto Igrexias)
Repleta de metáforas y simbolismo. (La Vanguardia)
Las mujeres son las protagonistas de un viaje onírico, interrumpido por el despertar de la conciencia a través de la lectura. El acto de leer, subjetivo e individual, es capaz de impulsar una acción colectiva de reivindicación: clara referencia al feminismo y al movimiento de las sufragistas. (Luca Lembo. Revista Red Carpet)
Teatro, literatura e historia; belleza, elegancia y sentimientos; música, poesía y danza. Eso es este espectáculo. Ni más ni menos. (Alberto Morate. Blog entradas.com)
Un espectáculo innovador y creativo que no hay que perderse por su temática reivindicativa y por su aspecto visualmente brillante. (Coloralia.com Carmen Pineda)
El espectador, además, viajará en el subconsciente de la Lectora sin perder de vista las referencias de lo real. (El Mundo)
Es un espectáculo muy original con momentos hipnóticos y bellísimos. (Rosa Montero)
Sin duda un grandioso homenaje al abismo que supone la mujer en sí misma y a su imaginación que de igual forma son su libertad y maldición. (Manuel Reyes)
Hay espectáculos que te divierten otros que te entretienen, otros que te instruyen, otros que hacen que te preguntes por qué fuiste a verlos... y otros que te recuerdan la gran capacidad que tienen algunas personas para transportarte a otras épocas soñadas, a lugares mágicos y emociones escondidas en el alma. ... Una hora y media de continua belleza en todos los sentidos. (Marta Jiménez)
La literatura y la danza se entremezclan para rendir homenaje al despertar político y social de la mujer. (Danza.es)
El espectador se asomará a la cotidianidad de las mujeres de la época victoriana, paseará por las proyecciones que la literatura despierta en la imaginación de estas y viajará hasta el mundo de lo onírico. (Jot Down. El PAÍS. Loreto Igrexias)
Repleta de metáforas y simbolismo. (La Vanguardia)
Las mujeres son las protagonistas de un viaje onírico, interrumpido por el despertar de la conciencia a través de la lectura. El acto de leer, subjetivo e individual, es capaz de impulsar una acción colectiva de reivindicación: clara referencia al feminismo y al movimiento de las sufragistas. (Luca Lembo. Revista Red Carpet)
ALGUNAS IMPRESIONES DE NUESTROS ESPECTADORES:
... Pocas veces las emociones y el mensaje que transmiten me ha tocado tan profundamente el corazón, reforzado con el violín y el contrabajo que habla por los bailarines y, les acompaña y arropa durante toda la obra "de Arte". Me han transmitido ... su mensaje de sufrimiento y felicidad al mismo tiempo. Al mundo le faltaría algo importante sin vosotros. Gracias. (Comentario en www.euromundoglobal.com)
UN LUGAR LLAMADO ‘NIGHT’ por Javier Martos. Periodista
‘NIGHT’, el singular espectáculo dirigido y creado por Cristiane Azem y Myriam Soler es un trabajo profundo, nacido de las entrañas; de esos ejercicios artísticos que se notan que han sido paridos con dolor, porque se gestan en las mismas simas del alma creativa, donde turba la sola mirada a ese fondo oscuro y tan inexplorado.
Unas mujeres que imaginan libros invisibles en sus manos y ansían alcanzarlos, alzadas bajo el Árbol de los Libros, como Evas deseando tomar la manzana prohibida en el Edén, pero esta vez por decisión propia y como un derecho liberador.
Mujeres que se rebelan contra el yugo que las ciega, las calla, las agrede, las atenaza, las ahoga, las cosifica,… uniéndose para conseguir la Libertad negada, en una propuesta escénica inclasificable: una rapsodia de música, danza, teatro, videoarte, literatura y hasta envuelto en Historia y Sociología. Un Sueño.
Bailarinas que danzan con su propia energía y su propio cuerpo; bailarinas 'de todas las tallas' y edades, como la mujer misma, a la que representan, y que convierten la propuesta escénica en Verdad y Honestidad.
En las coreografías grupales, se muestra el abanico emocional de tantas mujeres, bailando desde su propio Ser: orgullo, rabia, amor, incertidumbre, esperanza, hastío, decisión, libertad, desamparo, ambición, crecimiento, valor, dignidad, firmeza, vanidad,… Cada una conecta con su emoción y cada bailarina es única, como nuevas guerreras de Xian. Y los ojos del público escrutan la energía de cada una, y no tiene por más que estremecerse, porque todas son una siendo únicas.
Simbología, lenguaje corporal, luz, sonido, música,… todo conecta con el espectador a través de las emociones. Nos trasladan al lado femenino de la narrativa y hasta monstruos como Frankenstein nos inspiran ternura en lugar de miedo, y nos sobrecoge, y nos entristece sentir cuántas emociones perdidas… si el mundo hubiera sido contado desde las mujeres.
¡Todo eso y más despierta ‘NIGHT’!
Trabajo infatigable el de Nerea Luceafarul como La lectora, que es traída y llevada a través del universo gótico y romántico de los poetas y autores malditos. Amelia Caravaca y su 'Transmutación' en 'algo' inquietante; un trabajo de suelo, técnico y creativo, digno de las grandes. Rocío Calleja, sobrecogedora como Lucy, la novia de Drácula, e hipnótica en el dúo 'Nefelibata', que realiza junto a Mariangeles Calleja, un vendaval escénico memorable en varios momentos como en el solo 'Metamorfosis', de fuerza femenina al ritmo del violín, y capaz de representar 'El Ansia' desatada y, a la vez atada, a un Drácula pasional y varonil, que parece forjado a la medida de la presencia imponente de Fernando Cea. Todo teñido del rojo sangre de la propia Myriam Soler, que nos regala su actuación, cuyo registro parece infinito, desde la serenidad de su estampa al aullido desgarrador de 'El Grito'.
El cuerpo de baile aporta el resto, que es mucho, y junto al vestuario preciosista, una luz milimétrica que envuelve todo y la música original, sugerente y en vivo, del violinista Héctor Varela hacen de este espectáculo algo inolvidable.
‘NIGHT’ acaba sus representaciones en el Teatro Galileo y uno quisiera que aquella belleza no fuera un espectáculo teatral, efímero, que debe desmontarse para dar paso al siguiente. ‘NIGHT’ debería ser un lugar; un valle sagrado de lo femenino; un puente sobre el que contemplar el río de la lucha de las mujeres y su riqueza emocional,… Un sitio concreto al que poder acudir a regenerar el espíritu, cada vez que necesitamos despojarnos de lo mundano, con una inmersión en lo más profundo del Alma de la Mujer.
Nada es igual después de verla. Hechos artísticos así deberían ser eternos.
‘NIGHT’, el singular espectáculo dirigido y creado por Cristiane Azem y Myriam Soler es un trabajo profundo, nacido de las entrañas; de esos ejercicios artísticos que se notan que han sido paridos con dolor, porque se gestan en las mismas simas del alma creativa, donde turba la sola mirada a ese fondo oscuro y tan inexplorado.
Unas mujeres que imaginan libros invisibles en sus manos y ansían alcanzarlos, alzadas bajo el Árbol de los Libros, como Evas deseando tomar la manzana prohibida en el Edén, pero esta vez por decisión propia y como un derecho liberador.
Mujeres que se rebelan contra el yugo que las ciega, las calla, las agrede, las atenaza, las ahoga, las cosifica,… uniéndose para conseguir la Libertad negada, en una propuesta escénica inclasificable: una rapsodia de música, danza, teatro, videoarte, literatura y hasta envuelto en Historia y Sociología. Un Sueño.
Bailarinas que danzan con su propia energía y su propio cuerpo; bailarinas 'de todas las tallas' y edades, como la mujer misma, a la que representan, y que convierten la propuesta escénica en Verdad y Honestidad.
En las coreografías grupales, se muestra el abanico emocional de tantas mujeres, bailando desde su propio Ser: orgullo, rabia, amor, incertidumbre, esperanza, hastío, decisión, libertad, desamparo, ambición, crecimiento, valor, dignidad, firmeza, vanidad,… Cada una conecta con su emoción y cada bailarina es única, como nuevas guerreras de Xian. Y los ojos del público escrutan la energía de cada una, y no tiene por más que estremecerse, porque todas son una siendo únicas.
Simbología, lenguaje corporal, luz, sonido, música,… todo conecta con el espectador a través de las emociones. Nos trasladan al lado femenino de la narrativa y hasta monstruos como Frankenstein nos inspiran ternura en lugar de miedo, y nos sobrecoge, y nos entristece sentir cuántas emociones perdidas… si el mundo hubiera sido contado desde las mujeres.
¡Todo eso y más despierta ‘NIGHT’!
Trabajo infatigable el de Nerea Luceafarul como La lectora, que es traída y llevada a través del universo gótico y romántico de los poetas y autores malditos. Amelia Caravaca y su 'Transmutación' en 'algo' inquietante; un trabajo de suelo, técnico y creativo, digno de las grandes. Rocío Calleja, sobrecogedora como Lucy, la novia de Drácula, e hipnótica en el dúo 'Nefelibata', que realiza junto a Mariangeles Calleja, un vendaval escénico memorable en varios momentos como en el solo 'Metamorfosis', de fuerza femenina al ritmo del violín, y capaz de representar 'El Ansia' desatada y, a la vez atada, a un Drácula pasional y varonil, que parece forjado a la medida de la presencia imponente de Fernando Cea. Todo teñido del rojo sangre de la propia Myriam Soler, que nos regala su actuación, cuyo registro parece infinito, desde la serenidad de su estampa al aullido desgarrador de 'El Grito'.
El cuerpo de baile aporta el resto, que es mucho, y junto al vestuario preciosista, una luz milimétrica que envuelve todo y la música original, sugerente y en vivo, del violinista Héctor Varela hacen de este espectáculo algo inolvidable.
‘NIGHT’ acaba sus representaciones en el Teatro Galileo y uno quisiera que aquella belleza no fuera un espectáculo teatral, efímero, que debe desmontarse para dar paso al siguiente. ‘NIGHT’ debería ser un lugar; un valle sagrado de lo femenino; un puente sobre el que contemplar el río de la lucha de las mujeres y su riqueza emocional,… Un sitio concreto al que poder acudir a regenerar el espíritu, cada vez que necesitamos despojarnos de lo mundano, con una inmersión en lo más profundo del Alma de la Mujer.
Nada es igual después de verla. Hechos artísticos así deberían ser eternos.
Sobre el espectáculo Night, la noche oscura del alma
29 ABRIL, 2018 ~ DAVID RAMOS CASTRO
La noche se abre, lentamente, como una flor y el teatro Galileo de Madrid se va llenando de niebla. En el aire deja su perfume el misterio de Satie escrito en sus notas mínimas. Con las Gnossiennes dos y tres queda resonando la misteriosa palabra, esa con la que el compositor francés cifró el enigma de la gnosis. Se anuncia con este preámbulo algo de lo que vendrá, algo de aquello a lo que vamos yendo desde el instante en el que aceptamos penetrar en la noche de Night. De pronto, en mi cabeza suena la advertencia de Dylan Thomas: “do not go gentle into that good night”. Pero ya es tarde cuando la noche se ha abierto y su flor rezuma el cálido aliento de la belleza proscrita.
Night es un espectáculo ambicioso, arriesgado y complejo tanto en sus búsquedas espirituales como en los medios empleados para expresarlas. Combinando la danza, el juego lumínico y los lenguajes del teatro, la música y el vídeo, la obra no rechaza la inmersión en el dolor y en las zonas de penumbra de la existencia; lo cual, en nuestros días, es una bendición rotunda, por muy revestida de maldición que llegue a los carteles. No se puede negar que esta pieza realiza una rehabilitación estética del sufrimiento humano, algo que supone un acto de rebeldía más que necesario. Intentar acabar con toda referencia al sufrimiento, tal y como se nos impone en la actualidad, o hacer de él una secuencia mediática del olvido solo nos lleva a convertir el dolor, y hasta el gozo, en sinónimos perfectos del mal. Cuando el gozo queda reducido a un simple estado de gratificación biológico-capitalista o el dolor pierde el derecho legítimo de encarnar la protesta, entonces caemos en un malditismo muy distinto al que Night plantea: un malditismo de cara lavada y normalizado por la insignificancia del mal.
La noche de Night se enciende en un escenario prácticamente vacío en cuyo lateral derecho aparece un árbol deshojado. La aparición repentina y duradera de ese árbol raquítico refuerza un vago sentimiento de desolación. “El árbol de la vida ya no conocerá primavera” (Cioran). Sin embargo, a pesar del desierto que por momentos se abre en nuestro corazón y la poderosa agresión que canaliza la obra por medio de sus colores y gestos, hay una íntima esperanza que no nos abandonará nunca mientras la obra se despliegue y un ritual de vida en el que, desde el fondo de lo oscuro, se nos hará partícipes. Porque la noche oscura del alma es también la hora de la iluminación mística y el momento en el que el poeta, según el viejo consejo de Rilke, se hace la pregunta decisiva acerca de su destino de poeta.
Cuentan que la ciudad occidental nació de una danza llamada choros, en donde los bailarines marcaban el perímetro de un espacio en cuyo centro se encendería el fuego sagrado y maternal y en el que transcurriría la acción humana posterior. No es, pues, fortuito que sea en un espectáculo de danza que podamos evocar ese mitológico origen y ordenar el laberinto de la existencia. La ordenación estética que muestra Night hace referencia a una comunidad concreta, la de las mujeres, y a una experiencia femenina del daño y la libertad. Lo que me resulta más atractivo de una propuesta semejante no viene de esta temática sobre lo femenino -en un tiempo de feminismos desleídos que reducen lo indómito de una experiencia de vida histórica a la pobreza de una simple dogmática-, sino del sendero literario que elige para expresarla, dejando una huella que interpreta la situación de la mujer como el resultado de una aventura compleja irreductible a las directrices de esa hipócrita corrección política que asfixia cotidianamente nuestros días. Y es que las mujeres de Night no son simplemente mujeres, sino mujeres malditas, seres que, en un mundo cegado por el exceso de luminosidad, recogen el testigo de una luz interior, íntima, lunar, mucho más propicia para recuperar el contorno de las cosas singulares que respeta, al tiempo, la vida paralela de sus sombras. Dentro del repertorio simbólico con el que hemos construido nuestras significaciones, la luz -al menos en Occidente- puede ser también el germen de la tiranía. En este sentido, la mancha del malditismo, el canto nocturno que rehabilitó el Romanticismo y que se extendió en sus múltiples epígonos, puede ser un momento de rebeldía, liberación y claridad. Todo vuelve, pues, al juego de contrarios, a la dialéctica entre lo diurno y lo nocturno, a la intensa y polémica relación entre Helios y Selene. Todo vuelve, en resumidas cuentas, al baile de la existencia, a la danza eterna que cifra entre sol y luna, la coreografía de la vida y de la muerte.
Night es una obra que se construye enteramente entre los límites de esa tensión y lo hace recurriendo -como no puede ser de otra manera en el buen arte- a manantiales simbólicos y metafóricos que no nos dejan indiferentes. Sea para celebrar su propuesta o sea para apartarse de ella, nadie puede negar el poder de las escenas de Night. Construidas en forma de cuadros visualmente independientes, la obra sigue el hilo conductor de una noche de lecturas y sueños literarios. Una mujer recorre un poético itinerario elaborado con bellas palabras y referencias de la novela decimonónica y de la poesía simbolista. Precisamente, es un poema del gran maestro Baudelaire, que aparece recitado por una voz en off dentro de la obra, el que da una clave del espíritu de la misma: “je t’endormirai -escribe el poeta- dans un rêve sans fin”. El poema baudeleriano, uno de los prohibidos en la publicación de sus Fleurs du mal, recoge el testigo del lesbianismo, utilizado tantas veces como seña de malditismo y estigma social, y proporciona un emblema a la noche de Night, noche onírica que, de alguna forma, una vez gestada no acabará jamás.
En esa noche infinita del alma tiene mucho que ver la simbología de las fuerzas y las pasiones constantes que Night se encarga de representar por medio, entre otras cosas, de un empleo paradigmático de los colores. La obra vertebra sus significados utilizando una fuerte presencia del rojo, del negro y del blanco, en cuya tríada aparece contenida la poderosa semántica de la sangre, la noche y la pureza. Es en ese espacio simbólico y antropológico en el que cobra mayor intensidad la dramática referencia al principio femenino de la vida y en el que, bajo la inquietante luz del erotismo de Bataille, la sangre aparece como fuente de terror y de fascinación. Desde la primera escena, en la que un cuerpo de espaldas y de altura titánica ejecuta una rítmica danza embebido en un ceñido vestido rojo cuya larguísima cola se expande como un charco de sangre, hasta la impresionante escena del grito, Night no deja de extraer energía de esa fuerza originaria de lo elemental, de la matriz de truculencia y amor de la que nace todo lo que un símbolo puede contener en su núcleo. La descomunal fuerza de los símbolos y de las metáforas de la vida, entre las que Night encuentra lo mejor de su propia propuesta, surge de esa capacidad única de hacernos sentir y pensar simultáneamente lo extremo y lo radical.
Desde el punto de vista más técnico y formal, la creación de Cristiane Azem y Myriam Soler muestra todo un despliegue de imaginación estética en el que trajes, luces y colores dan forma a un ordenado dédalo de pasiones. La dirección adquiere en este punto una importancia crucial y hay que elogiar el enorme y arduo trabajo escénico realizado para lograr que veintidós personas sobre escena -como llega a haber en algunos momentos- consigan brillar y hacer brillar toda la obra. La combinación de bailarinas profesionales con otras semiprofesionales es un detalle más que añadir al admirado elogio de la dirección. Lo más conmovedor, en este sentido, es que cada una de las participantes de Night, con independencia de su carácter profesional o semiprofesional, logre hacer valer su irrepetible singularidad, al tiempo que la obra general no pierda ni un ápice de su sólido fundamento colectivo, con lo que Night consigue realizar artísticamente lo que políticamente no hemos sido capaces de construir hasta ahora, a saber: que un grupo humano se muestre sólido en lo común y fértil en lo singular. Un comentario específico merece la presencia de la música en el espectáculo, sin la cual, sin duda alguna, la obra perdería una parte esencial de su atractivo. A una cuidada selección musical se añade la increíble labor de composición y ejecución in situ que realiza el violinista de la obra, cuyo acompañamiento escénico y musical, pertrechado de su violín y su pedalera electrónica, resultan impecables.
Por último, quiero añadir que el linaje romántico de Night queda patente en el precepto poético que expresó genialmente el joven Novalis al decir -la paráfrasis es mía- que el ser romántico implicaba otorgar a lo ordinario la fuerza de lo extraordinario. Dicho de otra forma: ser un romántico -todavía hoy- implica dar a lo ordinario un brillo extraordinario. Por eso, toda obra de arte continúa -quizá, empieza – allí donde se escribió su final, ya que donde termina la vida de la obra comienza realmente la obra de la vida. El final convencional de una creación, así como su origen, no son más que dos momentos prescritos de una forma cuya fuerza, cuando es poderosa, prosigue en el tiempo posterior y se incorpora al caudal de lo vivo y de lo histórico. Ante una verdadera obra de arte -y Night lo es- ni el mundo ni nosotros volvemos a ser los mismos.
Ahí, en esa continuidad transcurre la noche y llega el día. Ahí, a pesar de lo dicho por Cioran, renace el árbol de la vida y brilla intensamente la bendición de los que fueron maldecidos injustamente. Ahí se hace fulgor y rayo la lucidez y regresa el gozo de saber algo y de saborear ese algo con todos los sentidos. Night ofrece un testimonio maravilloso de este poder transformador del arte, un poder que reside en su capacidad para irradiar sentido sin abandonar nunca los enigmas. Se cumple, entonces, la promesa del poeta : “je t’endormirai dans un rêve sans fin”, pues aquello que hace que vivamos en el desgarro del horror y la ternura, como en el misterio más propio de nuestro deseo de vivir, coincide con el sueño, que renace una y otra vez en nuestra noche más oscura, de alcanzar la alegría gratuita de un día de belleza, serenidad y amor sin fin…
29 de Abril de 2018, frente al mar de Playa Canela (Huelva),
junto a mi madre, mi hermana y mi sobrina Alejandra,
tres días después de haber visto la obra Night.
29 ABRIL, 2018 ~ DAVID RAMOS CASTRO
La noche se abre, lentamente, como una flor y el teatro Galileo de Madrid se va llenando de niebla. En el aire deja su perfume el misterio de Satie escrito en sus notas mínimas. Con las Gnossiennes dos y tres queda resonando la misteriosa palabra, esa con la que el compositor francés cifró el enigma de la gnosis. Se anuncia con este preámbulo algo de lo que vendrá, algo de aquello a lo que vamos yendo desde el instante en el que aceptamos penetrar en la noche de Night. De pronto, en mi cabeza suena la advertencia de Dylan Thomas: “do not go gentle into that good night”. Pero ya es tarde cuando la noche se ha abierto y su flor rezuma el cálido aliento de la belleza proscrita.
Night es un espectáculo ambicioso, arriesgado y complejo tanto en sus búsquedas espirituales como en los medios empleados para expresarlas. Combinando la danza, el juego lumínico y los lenguajes del teatro, la música y el vídeo, la obra no rechaza la inmersión en el dolor y en las zonas de penumbra de la existencia; lo cual, en nuestros días, es una bendición rotunda, por muy revestida de maldición que llegue a los carteles. No se puede negar que esta pieza realiza una rehabilitación estética del sufrimiento humano, algo que supone un acto de rebeldía más que necesario. Intentar acabar con toda referencia al sufrimiento, tal y como se nos impone en la actualidad, o hacer de él una secuencia mediática del olvido solo nos lleva a convertir el dolor, y hasta el gozo, en sinónimos perfectos del mal. Cuando el gozo queda reducido a un simple estado de gratificación biológico-capitalista o el dolor pierde el derecho legítimo de encarnar la protesta, entonces caemos en un malditismo muy distinto al que Night plantea: un malditismo de cara lavada y normalizado por la insignificancia del mal.
La noche de Night se enciende en un escenario prácticamente vacío en cuyo lateral derecho aparece un árbol deshojado. La aparición repentina y duradera de ese árbol raquítico refuerza un vago sentimiento de desolación. “El árbol de la vida ya no conocerá primavera” (Cioran). Sin embargo, a pesar del desierto que por momentos se abre en nuestro corazón y la poderosa agresión que canaliza la obra por medio de sus colores y gestos, hay una íntima esperanza que no nos abandonará nunca mientras la obra se despliegue y un ritual de vida en el que, desde el fondo de lo oscuro, se nos hará partícipes. Porque la noche oscura del alma es también la hora de la iluminación mística y el momento en el que el poeta, según el viejo consejo de Rilke, se hace la pregunta decisiva acerca de su destino de poeta.
Cuentan que la ciudad occidental nació de una danza llamada choros, en donde los bailarines marcaban el perímetro de un espacio en cuyo centro se encendería el fuego sagrado y maternal y en el que transcurriría la acción humana posterior. No es, pues, fortuito que sea en un espectáculo de danza que podamos evocar ese mitológico origen y ordenar el laberinto de la existencia. La ordenación estética que muestra Night hace referencia a una comunidad concreta, la de las mujeres, y a una experiencia femenina del daño y la libertad. Lo que me resulta más atractivo de una propuesta semejante no viene de esta temática sobre lo femenino -en un tiempo de feminismos desleídos que reducen lo indómito de una experiencia de vida histórica a la pobreza de una simple dogmática-, sino del sendero literario que elige para expresarla, dejando una huella que interpreta la situación de la mujer como el resultado de una aventura compleja irreductible a las directrices de esa hipócrita corrección política que asfixia cotidianamente nuestros días. Y es que las mujeres de Night no son simplemente mujeres, sino mujeres malditas, seres que, en un mundo cegado por el exceso de luminosidad, recogen el testigo de una luz interior, íntima, lunar, mucho más propicia para recuperar el contorno de las cosas singulares que respeta, al tiempo, la vida paralela de sus sombras. Dentro del repertorio simbólico con el que hemos construido nuestras significaciones, la luz -al menos en Occidente- puede ser también el germen de la tiranía. En este sentido, la mancha del malditismo, el canto nocturno que rehabilitó el Romanticismo y que se extendió en sus múltiples epígonos, puede ser un momento de rebeldía, liberación y claridad. Todo vuelve, pues, al juego de contrarios, a la dialéctica entre lo diurno y lo nocturno, a la intensa y polémica relación entre Helios y Selene. Todo vuelve, en resumidas cuentas, al baile de la existencia, a la danza eterna que cifra entre sol y luna, la coreografía de la vida y de la muerte.
Night es una obra que se construye enteramente entre los límites de esa tensión y lo hace recurriendo -como no puede ser de otra manera en el buen arte- a manantiales simbólicos y metafóricos que no nos dejan indiferentes. Sea para celebrar su propuesta o sea para apartarse de ella, nadie puede negar el poder de las escenas de Night. Construidas en forma de cuadros visualmente independientes, la obra sigue el hilo conductor de una noche de lecturas y sueños literarios. Una mujer recorre un poético itinerario elaborado con bellas palabras y referencias de la novela decimonónica y de la poesía simbolista. Precisamente, es un poema del gran maestro Baudelaire, que aparece recitado por una voz en off dentro de la obra, el que da una clave del espíritu de la misma: “je t’endormirai -escribe el poeta- dans un rêve sans fin”. El poema baudeleriano, uno de los prohibidos en la publicación de sus Fleurs du mal, recoge el testigo del lesbianismo, utilizado tantas veces como seña de malditismo y estigma social, y proporciona un emblema a la noche de Night, noche onírica que, de alguna forma, una vez gestada no acabará jamás.
En esa noche infinita del alma tiene mucho que ver la simbología de las fuerzas y las pasiones constantes que Night se encarga de representar por medio, entre otras cosas, de un empleo paradigmático de los colores. La obra vertebra sus significados utilizando una fuerte presencia del rojo, del negro y del blanco, en cuya tríada aparece contenida la poderosa semántica de la sangre, la noche y la pureza. Es en ese espacio simbólico y antropológico en el que cobra mayor intensidad la dramática referencia al principio femenino de la vida y en el que, bajo la inquietante luz del erotismo de Bataille, la sangre aparece como fuente de terror y de fascinación. Desde la primera escena, en la que un cuerpo de espaldas y de altura titánica ejecuta una rítmica danza embebido en un ceñido vestido rojo cuya larguísima cola se expande como un charco de sangre, hasta la impresionante escena del grito, Night no deja de extraer energía de esa fuerza originaria de lo elemental, de la matriz de truculencia y amor de la que nace todo lo que un símbolo puede contener en su núcleo. La descomunal fuerza de los símbolos y de las metáforas de la vida, entre las que Night encuentra lo mejor de su propia propuesta, surge de esa capacidad única de hacernos sentir y pensar simultáneamente lo extremo y lo radical.
Desde el punto de vista más técnico y formal, la creación de Cristiane Azem y Myriam Soler muestra todo un despliegue de imaginación estética en el que trajes, luces y colores dan forma a un ordenado dédalo de pasiones. La dirección adquiere en este punto una importancia crucial y hay que elogiar el enorme y arduo trabajo escénico realizado para lograr que veintidós personas sobre escena -como llega a haber en algunos momentos- consigan brillar y hacer brillar toda la obra. La combinación de bailarinas profesionales con otras semiprofesionales es un detalle más que añadir al admirado elogio de la dirección. Lo más conmovedor, en este sentido, es que cada una de las participantes de Night, con independencia de su carácter profesional o semiprofesional, logre hacer valer su irrepetible singularidad, al tiempo que la obra general no pierda ni un ápice de su sólido fundamento colectivo, con lo que Night consigue realizar artísticamente lo que políticamente no hemos sido capaces de construir hasta ahora, a saber: que un grupo humano se muestre sólido en lo común y fértil en lo singular. Un comentario específico merece la presencia de la música en el espectáculo, sin la cual, sin duda alguna, la obra perdería una parte esencial de su atractivo. A una cuidada selección musical se añade la increíble labor de composición y ejecución in situ que realiza el violinista de la obra, cuyo acompañamiento escénico y musical, pertrechado de su violín y su pedalera electrónica, resultan impecables.
Por último, quiero añadir que el linaje romántico de Night queda patente en el precepto poético que expresó genialmente el joven Novalis al decir -la paráfrasis es mía- que el ser romántico implicaba otorgar a lo ordinario la fuerza de lo extraordinario. Dicho de otra forma: ser un romántico -todavía hoy- implica dar a lo ordinario un brillo extraordinario. Por eso, toda obra de arte continúa -quizá, empieza – allí donde se escribió su final, ya que donde termina la vida de la obra comienza realmente la obra de la vida. El final convencional de una creación, así como su origen, no son más que dos momentos prescritos de una forma cuya fuerza, cuando es poderosa, prosigue en el tiempo posterior y se incorpora al caudal de lo vivo y de lo histórico. Ante una verdadera obra de arte -y Night lo es- ni el mundo ni nosotros volvemos a ser los mismos.
Ahí, en esa continuidad transcurre la noche y llega el día. Ahí, a pesar de lo dicho por Cioran, renace el árbol de la vida y brilla intensamente la bendición de los que fueron maldecidos injustamente. Ahí se hace fulgor y rayo la lucidez y regresa el gozo de saber algo y de saborear ese algo con todos los sentidos. Night ofrece un testimonio maravilloso de este poder transformador del arte, un poder que reside en su capacidad para irradiar sentido sin abandonar nunca los enigmas. Se cumple, entonces, la promesa del poeta : “je t’endormirai dans un rêve sans fin”, pues aquello que hace que vivamos en el desgarro del horror y la ternura, como en el misterio más propio de nuestro deseo de vivir, coincide con el sueño, que renace una y otra vez en nuestra noche más oscura, de alcanzar la alegría gratuita de un día de belleza, serenidad y amor sin fin…
29 de Abril de 2018, frente al mar de Playa Canela (Huelva),
junto a mi madre, mi hermana y mi sobrina Alejandra,
tres días después de haber visto la obra Night.